Llámame por tu Nombre by André Aciman

Llámame por tu Nombre by André Aciman

autor:André Aciman [Aciman, André]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: queer, NSFW
ISBN: 9788420433110
Google: j89HDwAAQBAJ
Amazon: 8420473898
editor: Editorial Alfaguara
publicado: 2008-06-04T04:00:00+00:00


PARTE 3

EL SÍNDROME DE SAN CLEMENTE

LLEGAMOS a la estación Termini hacia las siete de la tarde del miércoles. El ambiente estaba muy cargado. Daba la sensación de que acababa de pasar un temporal por Roma que no había sido capaz de llevarse consigo la sensación de bochorno que reinaba. El crepúsculo llegaría en apenas una hora y las farolas brillaban coronadas por unos halos densos, mientras que los escaparates parecían estar iluminados y tintados con colores resplandecientes de propia creación. La humedad se aferraba a todas y cada una de las frentes y las caras. Quería acariciar su rostro. No podía esperar a llegar al hotel para pegarme una ducha y tirarme en la cama, incluso sabiendo que, a no ser que tuviésemos un buen aire acondicionado, no iba a sentirme mucho mejor después de la ducha. También me gustaba el ambiente lánguido que se respiraba en la ciudad, como el brazo de un amante cansado y tembloroso apoyado sobre tu hombro.

Quizá tuviésemos balcón. Me iría bien uno. Sentarnos en los escalones de mármol frescos y ver cómo se pone el sol en Roma. Agua mineral. O cerveza. Y algunos aperitivos para picotear. Mi padre nos había reservado uno de los hoteles más lujosos de Roma.

Oliver quiso coger el primer taxi. Yo, en cambio, prefería el autobús. Anhelaba los autobuses atestados. Quería entrar en uno, abrirme paso entre la muchedumbre sudorosa mientras él se abría paso detrás de mi. Pero tras varios segundos dando saltitos en el interior, decidimos apearnos. Era demasiado auténtico, bromeamos. Di marcha atrás a través de la aglomeración furiosa de gente que iba camino de sus casas y que no entendía qué estábamos haciendo.

Me las arreglé para pisarle el pie a una señora. «E non chiede manco scusa, y ni siquiera me pide disculpas», musito a los que se encontraban a su alrededor que acababan de entrar a empujones en el autobus y no nos dejaban salir.

Finalmente cogimos un taxi. Al observar el nombre del hotel y escucharnos hablar en inglés, el taxista comenzó a hacer unos extraños giros. «Inutile prendere tante scorciatoie, no hace falta que tomes tantos atajos. No tenemos prisa», le dije en el dialecto romano.

Para nuestro regocijo, la mayor de nuestras habitaciones tenía tanto un balcón como una ventana y cuando abrimos las puertaventanas, observamos cómo las múltiples cúpulas de las numerosas iglesias reflejaban bajo nosotros la luz del sol al atardecer. Alguien nos había enviado un ramo de flores y un cuenco lleno de fruta. La nota era del editor italiano de Oliver: «Ven a la librería a eso de las ocho y media. Trae el manuscrito. Hay una celebración preparada para uno de nuestros autores. Ti aspettiamo».

No teníamos ningún plan aparte de ir a cenar y deambular por las calles después.

—¿Estoy invitado yo? —pregunté un poco incómodo.

—Ahora ya sí —contestó.

Cogimos el cuenco de fruta que estaba junto al televisor y comenzamos a pelarnos higos el uno al otro.

Dijo que se iba a duchar. Cuando le vi desnudo, me desnudé de inmediato también.



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